La previsión meteorológica, con un 90% de probabilidad de lluvia, mantenía en vilo a los devotos y cofrades de Sevilla. Pero no solo eso: una antigua norma escrita sostenía que si las gotas caían en Huelva, la nube viajaría hasta la capital andaluza en menos de una hora. Así, al filo de la pasada medianoche, las seis hermandades emblemáticas que procesionan en la Madrugá sevillana –La Macarena, la Esperanza de Triana, El Silencio, Los Gitanos, El Gran Poder y El Calvario– se enfrentaban a una decisión crucial.
¿Salir o no salir?
Hacía 13 años que la lluvia no había logrado cancelar la noche más emocionante de la Semana Santa en Sevilla. Sin embargo, esta vez, los pronósticos eran inquietantes. Las hermandades, con sus pasos preparados y sus devotos expectantes, anunciaban una a una que no saldrían. La incertidumbre se cernía sobre las calles estrechas y empedradas, donde la tradición y la fe se entrelazan en un fervor único.
Los tambores y las saetas quedarían en silencio. Las imágenes sagradas permanecerían en sus templos. La Madrugá, con su carga de emoción y solemnidad, se veía amenazada por las gotas que comenzaban a caer tímidamente sobre las capas de los nazarenos. Las miradas se dirigían al cielo, buscando señales de clemencia o desafío.
En las plazas y las esquinas, los fieles se agrupaban, compartiendo sus temores y esperanzas. Las autoridades eclesiásticas y civiles observaban con preocupación. ¿Qué significaría esta suspensión para la ciudad? ¿Cómo afectaría la fe y la devoción de miles de sevillanos?
La Madrugá, con su carga de historia y fervor, se convertía en un tablero de ajedrez donde las piezas se movían con cautela. La lluvia, implacable, desafiaba la tradición y la pasión. Y mientras las campanas de la Giralda tañían en la distancia, la incertidumbre se fundía con la devoción en una noche que quedaría marcada en la memoria de todos.
En la penumbra de la noche, poco antes de las 23:30, las calles de Sevilla vibraban con expectación. La Esperanza de Triana, venerada y anhelada, anunciaba su decisión. En ese momento, el cielo permanecía despejado, y quedaban dos horas para que las procesiones comenzaran su recorrido. Sin embargo, hasta cuatro partes meteorológicos, como voces susurrantes del viento, desaconsejaban la salida.
La cofradía de la Macarena, con su devoción arraigada, también se encontraba en vilo. Su procesión debía haber comenzado a las doce en punto. El Silencio, con su solemnidad característica, esperaba su turno a la una. El Gran Poder, majestuoso y solemne, aguardaba a la una y media. Los Gitanos, con su música y pasión, se preparaban para las dos y media. Y el El Calvario, con su carga de simbolismo, estaba listo para partir a las cuatro.
José Antonio Fernández Cabrero, hermano mayor de la Macarena, expresó con voz entrecortada: “Tanto hemos pedido que llueva que se ha cumplido”. La Junta de Gobierno, en una difícil decisión, priorizó el cuidado del amplísimo cuerpo de nazarenos de la cofradía. La responsabilidad pesaba sobre los hombros de los hermanos, quienes no merecían ser expuestos innecesariamente a las inclemencias del tiempo. Además, se velaba por la correcta conservación de los Sagrados Titulares y el extenso patrimonio material de la hermandad.
Sergio Sopeña, hermano mayor de la hermandad, justificó la elección: “Una decisión dura, pero a la vez fácil, tras consultar cuatro partes meteorológicos distintos”. La pandemia imponía sus límites, y era imperativo enfocarse en lo verdaderamente importante de la Semana Santa.
Mientras tanto, miles de personas se congregaban en los templos. Las puertas permanecían abiertas durante buena parte de la noche, permitiendo a los fieles contemplar las imágenes en su interior. Este viernes, también, los templos recibirían visitantes a lo largo del día.
Sevilla, ciudad de tradiciones y fervor, no había experimentado una Madrugá sin procesiones desde el año 2011. Recordábamos la accidentada Madrugá de 2004, cuando la lluvia desafiante interrumpió los pasos de las hermandades. Solo la Esperanza de Triana logró completar su recorrido. En 1995, las dos esperanzas –Macarena y Triana– se refugiaron juntas bajo el mismo techo de la Catedral, uniendo sus lágrimas y sus oraciones.
Así, en la oscuridad y la incertidumbre, la Semana Santa de Sevilla seguía su curso, guiada por la fe y la esperanza, mientras las nubes acechaban y los corazones latían al compás de los tambores y saetas.
La Madrugá es mucho más que una procesión. Es un rito ancestral, una expresión de fe y cultura que trasciende el tiempo y las inclemencias del cielo. Hoy, la lluvia nos recuerda nuestra fragilidad y nuestra esperanza.