Quienes se levantan temprano para ir al trabajo, a la escuela o por costumbre, habrán notado que desde hace varias semanas el sol sale mucho antes. Esto solo puede significar una cosa: el cambio de hora se acerca.
Cada año por estas fechas, y bajo el pretexto de un supuesto ahorro energético, España adopta (al igual que el resto de países europeos) el cambio de hora. En concreto, el cambio que tiene lugar en marzo da paso al horario de verano, que durará hasta el próximo mes de octubre.
Este año, el cambio de hora se llevará a cabo durante la madrugada del próximo domingo. Es decir, en la noche del sábado 25 al domingo 26.
Y para el pesar de muchos, esta modificación conlleva que la noche menguará una hora y, por ende, que dormiremos una hora menos, ya que hay que adelantar el reloj una hora: a las 2 de la madrugada serán las 3. Por todo ello, esta modificación es la comúnmente denominada como ‘la mala’.
¿Por qué cambiamos la hora?
Mediante esta modificación horaria, se da cumplimiento a la Directiva Europea 2000/84/CE que continúa afectando, sin excepción, a todos los estados miembros de la Unión Europea. Su finalidad persigue optimizar el aprovechamiento de la luminosidad solar vespertina. Por consiguiente, la modificación es imperativa y siempre se efectúa en las mismas fechas y horas en el conjunto de la UE, de modo que no existe la posibilidad de que un Estado miembro no implemente este cambio horario.
El cambio horario se remonta a la década de los 70, con la primera crisis del petróleo, cuando algunos países decidieron adelantar el reloj para beneficiarse mejor de la luz natural del sol y reducir el consumo de electricidad en iluminación.
Desde 1981 se aplica como directiva que se renovaba cada cuatro años hasta la aprobación de la Novena Directiva, del Parlamento Europeo y el Consejo de la Unión, en enero de 2001, que establece el cambio con carácter indefinido.